martes, 10 de febrero de 2009

La dignidad en un par de zapatos

Por: Paul Brito (columna publicada en Mundo Hispano: www.mundohispano.info)

El hecho de que el presidente de los Estados Unidos no esté exento de recibir un zapatazo, como cualquier hijo del vecino, nos recuerda que vivimos en una misma casa, bajo el techo común de la condición humana. Cualquier conflicto, por más cuantitativo o externo que sea, es al fin y al cabo un asunto interno e individual. No hay ningún ámbito humano que no esté supeditado a la decencia y la dignidad personales. Esa noción universal de vergüenza e infamia existirá mientras haya un solo hombre decente en el mundo que dé la cara por los demás y exponga el pellejo por la verdad.

Hace un tiempo vi un video en internet donde aparecía una joven desnudándose en plena parada de autobús, a plena luz del día. Esa joven que podía ser la hija o la hermana de cualquiera se acariciaba y hacía gestos obscenos a la cámara sin la menor muestra de pudor. Justo cuando se arrodillaba y orinaba sobre el andén en una pose licenciosa, a la vista curiosa pero impasible de los transeúntes, apareció de la nada un anciano valiente y le dio una patada en el trasero. Había recaído en él la responsabilidad incontenible de hacer valer el decoro de una sociedad adormecida.

No pretendo hacer apología de la violencia, pero estoy seguro de que a esa chica que había olvidado por completo la vergüenza recordará para siempre esa patada, no por el dolor físico que le causó, sino por la bofetada moral y paterna que aún debe estar resonando en algún rincón de su ser.

En algún rincón de su ser, Bush también se habrá preguntado algo más que la talla de esos zapatos, pues aquel hombre que lo confrontó, aunque no lo parezca, es también su hermano. Y porque, además, el número de aquel calzado es más bien la cantidad de botas que pisotearon un país, el millón de muertes y los más de cuatro millones de desplazados que produjo aquella guerra preventiva; el periodista que reprendió a Bush abanderó la decencia de esa gran familia que somos al exclamar: “¡Éste es por las viudas, los huérfanos y todos aquellos muertos en Irak!”
Puede que un par de zapatazos lanzados a Bush no pase de ser un acto de justicia poética o simbólica, como ha dicho más de un columnista de opinión, pero deja zumbando una verdad en el aire: cuando un puñado de naciones aliadas se rebajan a la altura de un zapato, en un par de ellos debe erigirse la dignidad del mundo.