Por: Paul Brito
"Cuando nos presentaron comprendí que el pasado no tiene tiempo y el ayer se junta allí con la fecha de diez años atrás", escribió el autor uruguayo que el 30 de mayo de 1994 muriera en Madrid
Hasta que no lo vi con mis propios ojos en una entrevista que anda por las bibliotecas de Barcelona, no tuve una verdadera noción de la personalidad de Juan Carlos Onetti. Por más que uno vea fotos, lea libros y entrevistas de los escritores, no se sabe nada de ellos hasta que no se les cata directamente. Infortunadamente, a los escritores -al menos los buenos y verdaderos- no les gustan las cámaras, aunque algunos como García Márquez aseguran que no les temen a éstas sino a los camarógrafos.
A Octavio Paz, por ejemplo, yo me lo imaginaba un tipo ceñudo con una voz ronca y ademanes austeros y viriles, y lo que me mostró la pantalla fue una persona delicada, alegre y hasta afeminada. Con Juan Rulfo sentí casi una conmoción: parecía imposible que una persona tan opaca e imperfecta hubiera llegado a tanta genialidad literaria. Onetti fue el que rebasó la copa de mi perplejidad. Me lo imaginaba gordo y amenazador pero, al menos en la época de la entrevista, era un esperpento flaco e inofensivo que se regodeaba en su silencio -saboteado por el insistente crujir de su silla- no con la sabiduría que enarbolan las descripciones de sus amigos escritores, sino con descortesía y gratuita agresividad.
"Yo creo que usted se niega al mundo -lo acusaba en cierta ocasión una indignada periodista-. Y su literatura es un reflejo muy claro de su forma de vida... sus personajes desconectados de la realidad, moviéndose en un mundo distorsionado...". A lo que un paciente Onetti contestaba: "Primero tendría que preguntarle por qué cree que 'su realidad' es 'la realidad'. Mis personajes están desconectados con la realidad de usted, no con la realidad de ellos. En cuanto al mundo distorsionado, concedo. Pero... o uno distorsiona el mundo para poder expresarse o hace periodismo, reportajes... malas novelas fotográficas."
Pienso que estas palabras pueden utilizarse para refutar cualquier impresión que nos formulemos de él y de cualquier escritor basándonos en nuestro propio criterio y no en su propio mundo, o refugiándonos en el simple lema del apóstol incrédulo para juzgarlo. Es lo que debería saber cualquier entrevistador antes de verse acorralado por su propio sentido común. Para nadie es un descubrimiento que el mundo de los escritores nació para leerlo, para intuirlo, y que a eso se debe el fracaso de muchas adaptaciones cinematográficas. Leer es imaginar una historia bajo la única pista de una voz silenciosa y subversiva; una vez toman partido nuestros propios sentidos, el truco se desvanece.
Esto se hace más patente en escritores como Onetti que prácticamente se volcaron en cuerpo y alma sobre su mundo imaginativo. La leyenda dice que durante los últimos años de su vida, y más específicamente a partir de su exilio en Madrid hacia 1975, parecía otro de sus personajes: varado en la cama, sin levantarse ni afeitarse durante días, con un cigarrillo fundido al belfo, escribiendo, leyendo y bebiendo whisky. "Hosco, amigo del silencio, de la meditación y diálogo consigo mismo, accesible sólo en raros momentos, Onetti no sólo creó un mundo novelesco sino que también creó la imagen de un escritor taciturno para el que dos ya son una multitud, y la soledad es suficiente compañía -escribió su amigo cercano, el crítico Emir Rodríguez Monegal-. La verdad que esconde esa leyenda es más compleja. Onetti era hombre de pocas pero muy sólidas amistades, era hombre de largas pasiones amorosas, de comunicación en un nivel muy hondo. Pero ese Onetti íntimo rara vez fue accesible."
El Premio Cervantes de 1980 trabajó sigilosa pero persistentemente para construir una realidad propia. Por eso fundó su propia ciudad: Santa María, adelantándose a la Comala de Juan Rulfo y al Macondo de García Márquez. "Hay solo un camino -recomendaba a los escritores noveles-. El que hubo siempre. Que el creador de verdad tenga la fuerza de vivir solitario y mire dentro suyo. Que comprenda que no tenemos huellas para seguir, que el camino habrá de hacérselo cada uno, tenaz y alegremente, cortando la sombra del monte y los arbustos enanos." La soledad es purificadora, leí en algún sitio y creo que a eso se referían escritores como Octavio Paz o García Márquez cuando hablaban de la soledad de América Latina como único vehículo para alcanzar su identidad.
El autor de La vida breve nació en Montevideo el 1 de julio de 1909. De su infancia no se sabe casi nada. "Decir la infancia -escribió- implica sin remedio un fracaso equivalente a contar los sueños (...). Recuerdo que mis padres estaban enamorados. El era un caballero y ella una dama esclavista del sur de Brasil. Y lo demás es secreto. Se trata de un santuario sagrado." De joven, trabajó como portero, mozo de café, vendedor de máquinas de escribir... Se casó varias veces y tuvo dos hijos. Vivió también en Buenos Aires. Hizo periodismo y fue secretario de redacción en el semanario Marcha, trabajó en la agencia Reuter y en otras revistas y diarios, dirigió las Bibliotecas Municipales de Montevideo, estuvo preso por haber integrado un jurado literario que dio como ganador un cuento censurado por la dictadura; en 1956 viajó a Bolivia invitado por el gobierno de este país y accidentalmente se vio envuelto en un tiroteo del que salió ileso aunque con un hueco de proyectil en su sombrero. Los adioses (1954), El astillero (1961), Junta cadáveres (1964), Dejemos hablar al viento (1979), Cuando ya no importe (1993), son algunas muestras de su visión múltiple, alucinada y tierna. Ángel Rama, refiriéndose a El pozo (1939), dijo que "este arisco, crítico, desolado texto, abre la narrativa contemporánea".
Juan Carlos Onetti, ese "triste apasionado" como lo definieron alguna vez, hizo de la autenticidad y la franqueza descarnada un estilo de vida y la abanderó como la única forma de hacer verdadera literatura. Según él mismo decía, era una de esas pocas personas que cree en la mortalidad. "Uno de los descubrimientos más terribles, el más terrible, que tuve de muchacho, fue que todas las personas que yo quería se iban a morir algún día. Eso me pareció absurdo, y de esa impresión no me he repuesto todavía. No me repondré nunca." Uno de aquellos perplejos e indignados entrevistadores le preguntó una vez por qué siendo tan pesimista había abandonado la idea del suicidio y él le contestó impertérrito: "Haz tú primero la prueba y después me cuentas. Quiero saber antes si es mejor que todo esto."
miércoles, 29 de octubre de 2008
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